Los entierros de la Iglesia de Santa Elena
José Huchim H.
Eunice Uc González
Foto 1. Iglesia de Santa Elena
Antecedentes
La población de Santa Elena pertenece al Municipio del mismo nombre, está situada a 98 Km. al sur de la ciudad de Mérida. Una mejor referencia es que se encuentra ubicada en la región Puuc y entre los sitios arqueológicos de Uxmal y Kabah (Fig. 1). A mediados del siglo XIX la comunidad era llamada Nohcacab, nombre maya yucateco que significa “la Gran Villa”, aunque también tal denominación puede hacer alusión a un lugar, a un pueblo grande o relacionarse con un tipo específico de suelo, significando entonces “Tierra negra fértil”.
La Iglesia
En la población destaca el edificio de la iglesia en el centro de la villa y desplantada sobre una elevación natural en la que existen aún evidencias de la cimentación de construcciones prehispánicas. Este templo de la Orden de San Francisco fue al parecer construido en 1779, tal como se señala en una piedra empotrada en el frontispicio del templo. Complementan el arreglo arquitectónico de la iglesia, el atrio y la sacristía que se anexa en el costado oriente. A ésta, se adosa la casa cural que subsecuentemente creció hacia el costado norte. De este modo ambas construcciones dividen el espacio en dos patios.
l edificio principal es amplio, de un sólo cuerpo, con bóveda de cañón corrido, piso de hormigón, pintura de cal como es costumbre en este tipo de edificios. Posee tres accesos: el principal, que mira al poniente, los dos claros laterales están dispuestos uno frente al otro, también en estos mismos costados en la parte superior tiene este edificio siete ventanas. En la fachada principal se encuentran dos campanarios. (Foto 1)
En el interior y sobre la entrada principal se encuentra el coro de la iglesia, ubicado sobre un arco de mampostería, en dirección al altar tiene un barandal de madera, los pisos son de hormigón. Aún se conservan en el interior de la iglesia retablos de madera que fueron recientemente restaurados por personal del Centro INAH Yucatán. La sacristía está ubicada detrás del presbiterio y se tiene acceso a ella a través de dos puertas situadas a los costados del altar mayor (norte, sur) y por una tercera entrada en el lado posterior (oeste) (foto 2). Cabe señalar que durante los siglos XVIII-XIX, los sectores norte, sur y oeste del atrio fueron utilizados como cementerio, sin embargo hoy día, en el costado sur aún se encuentran in situ los muros que definen el osario.
Las costumbres funerarias de la sociedad maya del pasado sufrieron modificaciones a raíz de la colonización española. Antes de ésta, tenían los mayas la costumbre de enterrar a sus muertos debajo del piso de sus casas. También se edificaron recintos, urnas funerarias, donde en algunos casos, se depositaron los cuerpos de los gobernantes.
Después de haberse consolidado la colonia, con la traza de nuevas formas urbanas se contemplan espacios para los cementerios con ciertas dimensiones y orientación con relación al núcleo urbano. Era común depositar los huesos exhumados en los osarios o también depositarlos en el interior de las iglesias.
Estos y otros aspectos de las costumbres funerarias fueron relatados por el viajero Stephens quien a mediados del Siglo XIX visita el poblado de Nohcacab hoy Santa Elena y nos dice al respecto:
...“Dentro del recinto había una mezcla promiscua
de cráneos de varios pies de profundidad de huesos
a lo largo del muro, colgando con cuerdas estaban
los huesos y cráneos de individuos en cajas y canastas
o envueltos en telas, con nombre escritos sobre ellos
Y como en Ticul, había fragmentos de vestidos
(Stephens, 1840:259).
Este dato resulta importante ya que de algún modo las diferencias sociales y desniveles económicos que había entre los mayas de esa época, son aspectos que influyeron en las costumbres funerarias que adquirieron durante el proceso de mestizaje. Asimismo, adoptan otras costumbres como velar al difunto y el color de la vestimenta de éste dependiendo de la edad, adulto o infante, e incluso la utilización de flores diferentes en la velación de cada clase de difunto.
Las iglesias eran también un recinto y se utilizaban para depositar los cadáveres. Obviamente las áreas del interior del inmueble también denotan estatus diferente ya que no todas las personas podían pagar, por ejemplo, los sectores más cercanos al altar principal que eran más caros, por lo que, era más común inhumar a los difuntos en el piso de la iglesia (nave central).
Foto 3
Foto 2. Interior de la iglesia.
En el mes de agosto de 1980, obras de remozamiento en el piso de la iglesia de Santa Elena, pusieron al descubierto de manera fortuita doce ataúdes que contenían cuerpos de infantes parcialmente momificados (foto 3). Las condiciones de conservación de los cuerpos era tal, que los cuerpos aún conservaban el cabello, las uñas, las pestañas, la piel, etc. un hallazgo con estas características llamó mucho la atención de los pobladores de la región: La primera noticia que se difundió en los diarios hablaba del hallazgo de los “Enanos de Santa Elena”. Esto propició que se enviara a la población a especialistas del INAH y del departamento forense para atender el caso. Por parte del entonces Centro Regional del Sureste del INAH fueron comisionados a los arqueólogos Norberto González Crespo, Peter Schmidt y la antropóloga física Lourdes Márquez Morfin.
De la totalidad de los entierros, cinco de ellos fueron nuevamente inhumados, tres fueron trasladados al depósito forense en la ciudad de Mérida y cuatro quedaron resguardados en el Centro INAH Yucatán para su estudio y preservación. Los resultados de los estudios fueron publicados por el INAH en el libro Las momias de la iglesia de Santa Elena, Yucatán. En esta obra se plasman aspectos etnográficos y antropofísicos relativos a dichos hallazgos.
Veintiún años después de haberse hallado los cuerpos semimomificados nuevamente regresan al poblado para ingresar a un espacio restaurado ex profeso: la casa cural, que se acondicionó como museo las “Momias” se han conservado durante este tiempo en condiciones especiales y bajo tratamiento de especialistas en las instalaciones del centro INAH Yucatán.
No tiene mayor sentido detallar las características de cada uno de los cadáveres pero sí puntualizar que son cadáveres semi-momificados ya que no se conservaron los órganos internos, aunque la piel, el pelo, las uñas, y las vestimentas sí; los cuatro cuerpos corresponden a infantes del sexo femenino con edades que fluctúan entre los 3 y los 6 años; sus vestimentas son de algodón blanco con aplicaciones de flores de color rosa, amarillo, azul, calcetines y gorros con escarolas, los brazos están en posición cruzada sobre el regazo; uno de los infantes tienen las manos entrelazadas, sosteniendo un abanico de papel de varios colores; todos portan chal o pañoleta (foto 4). Los cuerpos se depositaron de tal manera que la cabeza miraba hacia el altar principal.
Las causas que propiciaron la conservación.
Los infantes se depositaron en cajas decoradas con pintura de agua con motivos de flores y grecas de colores en el exterior; los ataúdes son de madera de cedro con forma de triángulo truncado; en el interior o base se colocaron tablones cuyas juntas tenían algunos centímetros de separación, el fondo de la fosa donde fue depositado el ataúd, estaba cubierto con varias capas alternadas de cal y tierra.
Foto 4. Una de las momias encontradas.
Foto 5. Fotografía de un niño muerto. Fototeca Guerra. UADY.
Estas condiciones muy particulares tanto de los materiales asociados a los cuerpos como el ambiente provocaron la deshidratación de los cuerpos y el drenado de fluidos productos de la descomposición se incurrió entre las juntas del fondo de la caja. Por otra parte, los hongos y las bacterias no afectaron los cadáveres ya que el roble contiene una sustancia llamada “tanino” que impide la reproducción de microorganismos que destruyen el tejido blando, además los ataúdes estuvieron en un lugar seco.
Quiénes son esos personajes
Existen reportes sobre un grupo de alemanes, procedentes de Hamburgo, que fueron traídos por el “Comisario Imperial” José Salazar Ilarregui a Santa Elena, entre los años de 1865 y 1866, siendo un total de 213 individuos entre mujeres y hombres, 85 de los cuales, eran niños y niñas. Esta gente al parecer no permaneció mucho tiempo en Yucatán ya que eran muy hostilizados por los indígenas y probablemente más tarde abandonaron el territorio (Márquez, 1985:33).
Si bien en el estudio ya mencionado se sugiere la hipótesis de que las pequeñas momias fueran de la colonia alemana de Santa Elena, no ha sido posible establecer filiación étnica entre esta oleada de alemanes y los infantes semi-momificados. Características como la vestimenta, la ubicación de los ataúdes en un lugar “privilegiado” cerca del altar de la iglesia y otros más, son elementos que señalan el origen no indígena de estos cuerpos.
Otro aspecto de importancia, es que el tipo de inhumación así como la vestimenta corresponde a las costumbres tradicionales del siglo XIX tal como se ha observado en fotografías del archivo de la fototeca Guerra (foto 5).
Lejos de alguna relación con las oleadas extranjeras, los entierros de Santa Elena parecen ser reflejo de costumbres imperantes de la época, tal vez pudieron ser hijos de personajes con recursos que habitaron en el poblado, o las haciendas ubicadas en la región. Sin embargo lo más importante es, que estos cuerpos forman parte del pasado de la comunidad, como un testimonio más del vasto patrimonio tangible e intangible que juntos debemos conservar y preservar para las generaciones venideras.
NOTA: fotografías 1, 2, 3 y 4 Arqlgo. José Huchím Herrera.
Fotografía 5 Fototeca Pedro Guerra de la FCA-UADY.
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